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Historia en kilómetros

Spiridon Belokas, el primer maratoniano tramposo

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El atleta griego Spiridon Belokas fue uno de los 17 corredores que iniciaron la maratón en los Juegos Olímpicos de 1896, celebrados en su ciudad natal.

(7-6-2017). Spiridon Belokas tiene el dudoso honor de ser considerado por la historia el primer atleta de maratón tramposo. Su pecado no quedó impune pero sus ardides sirvieron de inspiración para futuros tramposos.

“Siempre habrá tramposos. Es la naturaleza humana. El ciclismo nunca va a ser 100% limpio, como pasaría en cualquier deporte”. La frase es del ex ciclista escocés David Millar, autor del libro “Pedaleando en la oscuridad”. Una obra donde relata su relación con el mundo del dopaje. Con la mentira. Como bien dice él, que ahora enseña a los jóvenes cuáles son los riesgos del dopaje, la trampa forma parte de la condición humana. En cualquier situación cotidiana, siempre hay alguien que se cree más listo que los demás. Y que intenta usar cualquier artimaña para conseguir su anhelo. El mundo del maratón tampoco es ajeno a las falsedades para mejorar el rendimiento. Incluso a las patrañas que sólo persiguen un objetivo esencial: ganar a toda costa, y como único objetivo. En este caso, para los tramposos, el fin justifica los medios.

Los valores de Coubertain, en entredicho

La primera gran mentira en el mundo del maratón la protagonizó el atleta griego Spiridon Belokas. Lo podríamos bautizar como el primer tramposo de la historia del atletismo. El corredor griego quería colgarse la medalla de oro en los Juegos de la I Olimpiada. Belokas corría en casa, ante su gente, y el poder de la gloria y de la victoria, del reconocimiento público, le superaron. Sin embargo, ni las malas artes le sirvieron para cruzar la línea de meta en primer lugar y ganar la medalla de oro. Quedó tercero, antes de que le descalificaran. Los organizadores se dieron cuenta que había recorrido una parte del trazado subido a un carro. El húngaro Gyula Kellner, cuarto, subió finalmente al podio. Belokas, el primer tramposo, estaba muy alejado de los fundamentos del Barón Pierre de Coubertain que tan importantes fueron para los primeros Juegos de la Era Moderna.

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El vencedor del primer maratón en 1896, Spiridon Louis, junto a los jueces de la prueba. Del tramposo Belokas no constan imágenes de ese momento.

Un podio completamente griego

Belokas, que por aquel entonces tenía 19 años, fue uno de los 17 corredores (12 de ellos, locales) que se plantaron en la línea de salida para completar los casi 40 kilómetros de recorrido. Tenía por delante una prueba mítica, el maratón. La distancia más temida por todos. Terminar aquella prueba era ya una odisea. Alzarse con la medalla de oro, una epopeya. Y más, en tierras griegas. Los maratonianos, por aquel entonces, no afrontaban el maratón con las mismas garantías que en la actualidad y su buena hidratación e ingesta de geles durante la prueba eran inexistentes. Los corredores que salieron más fuertes, Spiridon ni ninguno de los otros atletas helenos estaban entre ellos, no aguantaron más allá del ecuador de la carrera. Desfallecieron. Llegó la hora de los griegos, para la alegría del público local. A partir de ese punto, Spiridon Louis dominó el maratón hasta el final, alzándose con la victoria. Entró primero en el Estadio Panathinaikó de Atenas, aclamado y vitoreado por los más de 50.000 compatriotas que llenaban, a rebosar, el estadio. Fue el primer gran héroe olímpico, el primer campeón olímpico de maratón. Su nombre y su gesta sigue siendo un orgullo para los atenienses, que le sitúan a la altura de los dioses. Segundo fue el también griego Charilaos Vasilakos y, tercero, el otro Spiridon. El protagonista de esta historia negra: Spiridon Belokas. Completó un histórico podio griego. Un podio que, eso sí, tenía los minutos contados.

Un reloj de oro para el tercer clasificado

El húngaro Kellner denunció que Belokas no había jugado limpio. A pocos kilómetros de la meta, vio como un carro le adelantaba. Nada fuera de lo corriente en aquella época, en la que el recorrido del maratón no era cerrado al tráfico. Pero había un detalle que le llamó la atención. Encima de aquel carro iba Spiridon Belokas. Éste se bajó pocos metros antes de entrar en el estadio Panathinaikó, pensándose que nadie le había visto. Pero iba bien equivocado. Ante la denuncia de Kellner, varios testigos destaparon el ardid del heleno. La historia perfecta de un podio completamente griego en la prueba más dura, en el homenaje al mítico Filípides, se iba al traste. Spiridon Belokas pasó a ser un ciudadano deshonrado. Una vergüenza para todos sus compatriotas. El Rey Jorge I de Grecia incluso regaló su reloj de oro a Gyula Kellener. Indignado, el rey quería dejar claro que el desagravio era sólo de un corredor, Belokas, y no de todo un país, Grecia. Los compañeros de selección de Belokas también mostraron su indignación, quitándole el escudo griego de su camiseta, ya que suponía una deshonra para todos ellos.

La historia se repite

Pero el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Ocho años después, en 1904, en la cita de San Luis (Estado de Misuri, EUA), Fred Lorz copió a Belokas, intentando mejorar su idea. Lorz fue el primero de los 32 corredores en llegar, como ganador, al estadio Francis Field con un tiempo de 3 horas y 13 minutos. Todo el público coreaba su nombre. En esta ocasión, no fue otro corredor quien levantó la liebre, sino un espectador. Lorz había completado más de 10 kilómetros del recorrido dentro de un coche. Lorz lo reconoció, aunque, como todos los mentirosos, intentó fundamentar sus malas artes para no parecer un tramposo. Así, contó que, en el kilómetro 15, sintió fuertes dolores en las piernas y le pidió a un aficionado que le acercara hasta el estadio para poder ver la ceremonia de entrega de medallas del maratón. A falta de diez kilómetros, resulta que el coche se estropeó y decidió terminar el maratón corriendo. Y, gracias a la ventaja conseguida, llegó el primero. Y el poder de la victoria era demasiado atractivo y jugoso como para contar la verdad. Eso sí, toda su historia también quedaba desmontada por un pequeño detalle. El aficionado en cuestión que conducía el coche al que se subió Lorz resultó ser su propio entrenador. Fred Lorz fue descalificado e incluso inhabilitado de por vida. Pero un año después, en 1905, le perdonaron tras demostrar un gran arrepentimiento. Un perdón que le permitió, entre otros logros, ganar la edición de ese año del mítico Maratón de Boston. Un poco de gloria para un corredor tramposo. Una gloria que nunca llegó a tener el Spiridon menos reconocido, Belokas, el primer maratoniano tramposo de la historia del atletismo.


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