(22-1-2020). La mayoría de los que han completado un maratón en nuestro país desconocen quién es Miguel Navarro. En un tiempo en el que la historia se escribía en blanco y negro y en la que la epopeya del maratón daba color a la vida de algunos atletas, Navarro escribió sus propias páginas de gloria. Honor y notoriedad que, en su caso, le han llegado con el paso de los años, tintando de esfuerzo y sudor una vida dedicada al mundo del deporte.
Miguel Navarro corrió junto a los mejores cuando esto del correr era un rara avis. “Se corre como se vive”. La frase no es nuestra. Es del campeón italiano Stefano Baldini. Y seguramente ha sido una de las máximas más reproducidas en los últimos tiempos relacionada con la distancia de Filípides. Y a Miguel Navarro le viene como anillo al dedo, esos que, en su día, también supieron modelar una vida hecha de sacrificios.
Espectador de lujo en la gesta de Abebe Bikila
Roma, 1960. Un etíope cruza la línea de meta del maratón, situada justo al lado del Coliseo. Es de noche y las antorchas situadas a ambos lados de la Via Appia indican el camino a seguir, justo debajo del Arco de Constantino. Como si la historia, caprichosa, y a veces justa, ya tuviera escrito este guión. Abebe Bikila acaba de hacer historia. Es el primer atleta africano en ganar una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos.
Y Bikila no lo hizo de cualquier manera. Completó los preceptivos 42.195 metros, sin zapatillas, descalzo. Corriendo como siempre lo había hecho en su Etiopía natal, país dominado por los italianos entre 1935 y 1936. Pero Bikila, dos décadas después demostró la superioridad –moral y deportiva- de su país ante aquel dominio auspiciado por el dictador Mussolini. Y con nuevo récord del mundo incluido: 2:15:16.
Miguel Navarro vivió aquel hito del deporte olímpico en primera persona. “No le asustaba nada, porque él había sido soldado. Es la mejor gesta que he visto a nivel deportivo en toda mi vida” ha recordado varias veces el que fue primer gran maratoniano español, tal y como glosa Miguel Calvo en su libro Regresar a Maratón. Navarro también pudo compartir entrenamientos con Bikila los días previos por la ciudad eterna.
Cobraba 300 pesetas por correr
“Quedábamos a las 7 de la mañana, todos los días, para entrenar con más corredores”. Navarro fue el único atleta español que corrió aquel maratón. Terminó en 17ª posición, con un crono de 2:24:17, nuevo récord de España por aquel entonces (y la que, a la postre, fue la mejor marca de su carrera sobre la distancia). Era amateur, “cobraba unas 300 pesetas al día”. Pero abrió el camino para muchos otros que vinieron después.
Más de medio siglo después, Miguel sigue recordando aquellos días. Nacido en Barcelona el 21 de noviembre de 1929, acaba de cumplir 90 años. Batió 4 veces el récord de España de maratón entre 1958 y 1964. Fue 5 veces campeón de España (1957, 1958, 1959, 1961 y 1964), además de una vez subcampeón (1960) y un tercer puesto (1965). También ganó la medalla de plata en los Juegos Mediterráneos de 1959 en Beirut (con un registro de 2:27:27) en lo que fue su gran actuación a nivel internacional.
“Corríamos con unas zapatillas Pirelli y unos calcetines de algodón que nos destrozaban los pies”
Hubo un tiempo en que ver correr a una persona por la calle era sinónimo de emergencia, de peligro. Sólo corrían los ladrones que escapaban de la policía o cuando alguien quería escapar de una fatalidad. Por este motivo, a Miguel sólo le quedaba una opción: entrenar en pista. Y es que cuando lo hacía fuera, al lado de la carretera, la gente le soltaba “¡Loco, ponte a trabajar!”. Él, trabajador empedernido, se reía por dentro.
Podía llegar a sumar unos 600 kilómetros al mes corriendo alrededor de la anilla atlética o alrededor del campo. Una auténtica barbaridad, a prueba de cansancio físico, pero también mental. Además, llegaba a la pista del viejo Montjuïc con el cansancio acumulado de una larga jornada laboral. Trabajaba en la fábrica Pirelli de Vilanova y la Geltrú desde las 6 de la mañana y no terminaba su jornada hasta pasadas las 19 horas en un trabajo por cuenta propia.
De 400 en 400 metros iba sumando vueltas y más vueltas. Hasta sumar decenas de kilómetros corriendo como un hámster. Y el último día de la semana salía de su particular jaula. Iba corriendo hasta la autopista de Castelldefels. Tiempos en los que correr era un suplicio: “corríamos con unas bambas Pirelli y con unos calcetines que nos destrozaban los pies y las uñas”. Gracias a su buen quehacer en Roma, dejó su trabajo.
Escultor de ilusiones
Tras 1960 se convirtió en conserje de la Residencia Joaquín Blume de Barcelona, donde sigue viviendo en una casa construida dentro del recinto. Siempre ligado al deporte. Como corredor primero. Y como entrenador después. La misma energía que en su día tuvieron sus piernas –tal y como relata Calvo en su obra- la tuvieron después unas manos que trabajaron la cerámica y la escultura sin igual, una de sus grandes aficiones.
Una de sus obras, que lleva el nombre de Ona –su nieta- y representa a una lanzadora de jabalina, fue premiada en una competición entre artistas que, en su día, fueron atletas olímpicos. Pocos saben que Miguel Navarro empezó su amor por el deporte con las manos. Practicó boxeo y “soñaba con victorias, con ir a Francia y Bélgica a pelear, hacer dinero y poner un negocio para mis padres”. Pero todo se torció…
Una luxación de hombro le llevó a colgar los guantes cuando ya había boxeado, de forma prometedora, en 25 combates e incluso había disputado la final del Campeonato de Cataluña del peso pluma. Apostó entonces por el mundo del atletismo. Tras completar el servicio militar, empezó a correr y ya nunca paró. Él mismo reconoce que “nunca me he detenido. Son esas ganas de no parar, de no quedarme tumbado en el sofá”.
Muchas felicidades, don Miguel Navarro.
Nota a la edición:
Buena parte de la información de este artículo la hemos extraído del libro “Regresar a Maratón” de Miguel Calvo, Editorial Desnivel
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